sábado, 30 de julio de 2011

El alma del doctor Fausto

 
No quiero, después de sudar sangre y agua, repetir ninguna de las necedades que no entiendo; quiero conocer el universo y el misterio de su existencia, descubrir su fuerza motriz y el origen de las cosas, sin pagarme por más tiempo de palabras huecas. 
¡Astro hermoso!, ¡reina de la noche!¿ será esta la última vez que ilumines mi quebranto?¡Cuántas veces, triste amiga, dulce y fiel compañera de mis vigilias, me has visitado en este mismo pupitre rodeado de montones de libros y papeles! ¡Ah, si ahora me fuese dado trepar bañado en tus fulgores a la cumbre de las altas montañas, flotar con los espíritus de la noche en la profundidad de las grutas, jugar con tus rayos de plata en el césped de la pradera, y libre de la pesada carga de la ciencia, bañarme y rejuvenecerme en los manantiales de tu fresco rocío!
Pero, ¡ay de mí!, estoy encerrado, emparedado dentro de este sombrío y maldito calabozo, donde a duras penas se abre paso a través de estos ennegrecidos cristales la radiante luz del cielo; donde por todo horizonte descubro esos rimeros de libros y legajos roídos de las polillas, cubiertos de polvo, y elevándose mugrientos y enmohecidos hasta el vértice de las bóvedas. ¿Qué más hay en mi derredor? Frascos, cajas, instrumentos de toda clase, única herencia adquirida de mis mayores.
Esto es mi universo; esto es lo que conoco de la vida.
¿Qué mucho, pues, que mi corazón se oprima con inquietud dentro de mi pecho? ¿Es necesario preguntar por qué una tristeza vaga, inexplicable, entorpece la acción vital? ¿Por qué vivo entre humo y carcoma? Dios te ha creado vivo para la naturaleza viva, y como un cadáver te has sepultado en el polvo de las tumbas.

Johann W. Goethe. En Fausto, fragmento del acto titulado "la noche".

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