lunes, 28 de octubre de 2013

Vida. Un microcuento.



 

Una pluma se deslizaba entre los labios del viento, nacida del cielo, y mecida como una cuna pequeñita, delicada, tranquilamente, movida por una ligera brisa, que sólo parecía querer alargar, con algo tan mágico, ese instante lo máximo posible. Ella la observaba como quien mira al infinito, distraída, con esa mirada bonita que la convertía en un ser especial. Rebeca volvió de ese soñar despierta que sólo duró unos segundos. Estaba sentada en un banco del parque y sintió tener esa sensación angustiosa de no conocer el lugar donde se hallaba. Un fogonazo, una luz, un chispazo mental y todo volvió a su ser natural. Unas mujeres jóvenes paseaban y la temperatura era maravillosamente agradable. Era perfecto. Su mundo se había convertido en un estado del alma que no necesitaba más para rozar la alegría por existir. Ella se sentía llena. Su hija se acercó, con esa ternura e inocencia que manifiestan los niños. Se fundieron en un abrazo y la besó. La niñita volvió a sus juegos. Se sentía bien, tan bien que sintió su alma rebosante de bienestar. No podía pedir más a la vida. Entonces cerró los ojos y respiró.
-¿Donde estoy?- Dijo la mujer con una voz quebradiza y casi inaudible.
-¡Mamá!-le contestó una joven que tendría unos veinte años, excitada, con los ojos muy abiertos, inundados de lágrimas, rojos e hinchados- ¡Mamá! ¡Has vuelto!
Pasado un tiempo le dijeron que había estado en coma casi un año. Ella no lo podía creer. Le parecía imposible que aquello no hubiese sido real.
- Nunca estuve tan viva - se dijo a sí misma-
Entre tanto, mientras arreglaba un viejo armario, encontró alguna ropita de la que le ponía a su niña cuando tenía unos ocho años. Sintió un golpe de nostalgia. Su hijita ya se había convertido en una mujer adulta.
Al acariciar la chaquetita encontró una pluma engarzada entre los hilos.
-Nunca estuve tan viva…

Francisco Jesús Hidalgo García

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