La imagen que el lector puede ver en las fotografías es el molde de un tronco de árbol fosilizado,
que tal vez tenga en torno a unos 30.000 años, o sea, que se puede datar
en el Pleistoceno Superior, y está aquí en Cehegín. Lo que se puede ver
es el hueco que quedó al desaparecer la madera. Es muy probable que se
trate de un abedul. Se corresponde con una época de clima templado, más
frío que el actual. Durante un tiempo también sirvió de conducto natural
para una surgencia de agua de época posterior. El
árbol quedó fosilizado al ser cubierto por el agua que afloraba de un
manantial y poco a poco se recubrió con el carbonato cálcico. Así se
fueron formando, a lo largo de miles de años, grandes masas de tobas y
travertinos mediante la mezcla del carbonato cálcico del agua y la
abundante vegetación que éste iba cubriendo. En aquella época el agua
manaba en abundancia y había muchísimas fuentes y manantiales. Aquí no
hubo glaciaciones, pero sí grandes periodos pluviales, con épocas
intensísimas de lluvia. Entonces debió de ser un espectáculo ver los
ríos Argos y Quípar. Había fauna mayor incluyendo a osos, uros (toros
salvajes), algunos tipos de felino y también sabemos que había
poblaciones neandertales, por ejemplo en la Cueva Negra de la
Encarnación y presencia del Hombre Moderno. Este territorio debió de ser
maravillosamente hermoso durante el Pleistoceno. Hay algún lugar donde
aún quedan las surgencias (como agujeros en la roca) de agua de estas
fuentes antiguas, como reliquias fósiles. Este árbol es una reliquia de
un tiempo muy diferente, una joyita de nuestro patrimonio paleontológico
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